miércoles, 27 de junio de 2012

El “valor” del arte (Capítulo IV): La osadía del arte



PS.- He intentado quitar el subrayado pero no lo he conseguido, disculpad si os dificulta la lectura. Intentaré mejorar la apariencia en las siguientes publicaciones, que la combinación de colores y demás es un despropósito. ¡En fin! Espero no morir en el intento porque por el momento tardo más en maquetar que en escribir el artículo propiamente.


Mi intención era empezar por el primer capítulo, pero he decidido que no seguiré ningún orden concreto, así que, aquí tenéis él número IV:




Cuarta definición de la RAE: 

“4. m. Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros, denotando osadía, y hasta desvergüenza.” 




El “gran” artista acomete grandes empresas y ello conlleva un peligro que demanda osadía, falta de pudor, desvergüenza; el artista, como el criminal, explora los límites del ser humano. Éste (el criminal) difumina los límites entre el hombre y la bestia: no conoce normas, ni reglas ni tabúes. Con el asesinato, el incesto o la violación, el hombre niega lo establecido, las convenciones sociales y con ello pone en peligro la estabilidad de la comunidad. Para él, lo acordado, lo consensuado, no es válido y por eso mismo se le castiga, se le aparta, se elimina. 



De manera semejante, el artista pone en peligro lo establecido, pero allí donde el criminal solamente destruía, el gran artista se convierte en partícipe de la doble actividad destrucción-creación. Es él (el “gran artista”) quien marca los límites de lo concebible, de lo pensable, de lo actuable, de lo posible, y en cierta manera, diluye la separación entre lo humano y lo divino, lo supra-humano. El arte se convierte entonces en un diálogo entre el ser humano y aquello que está más allá de su poder y control: Dios, la eternidad, el inconsciente, la universalidad, lo inenarrable e inefable. 



El gran artista no sigue normas sino que las transgrede. Sea de manera subversiva o inconsciente, es capaz de crear unas reglas, unas maneras de hacer, que serán seguidas por los acólitos de las siguiente generación. Es en este punto dónde el artista muestra valentía, osadía: el valor desde el punto de vista del que hoy queremos hablar.





Valor: denominador común de Giotto, Leonardo, Caravaggio, David, Courbet, Manet, Matisse, Picasso, Duchamp o Warhol. Todos ellos nacieron en un ambiente artístico dónde determinados modos de operar estaban anquilosados pero cuando marcharon, dejaron tras de sí un nuevo panorama artístico; permitieron que el arte continuara mutando, que adoptara nuevas formas, que renovara sus medios. Fueron los primeros en captar nuevas maneras de entender la vida y sus obras presentan la mirada primordial de un tipo de ser humano que aún estaba por venir. Con esto, no queremos decir que el arte sea profético. El arte es siempre hijo de su tiempo y plasma las diferentes realidades convergentes en un mismo momento, puesto que la existencia humana es siempre plural y diversa y en un mismo ambiente cultural pueden coincidir distintas maneras de ver e interpretar el mundo.


Nosotros hablamos hoy de excepciones. Nótese que nos hemos referido varias veces al “gran” artista para diferenciarlos del resto de artistas. Con este adjetivo pretendemos agrupar a aquellos seres excepcionales que se cuentan por decenas (lo cual es muy poco si tenemos en cuenta los millares de siglos que llevamos de civilización occidental). 




La producción artística más general sigue tendencias basadas en esquemas establecidos y en la tradición. Únicamente unos pocos son capaces de desmarcarse de la tendencia general y marcar el inicio de un cambio. Obviamente, esta fractura o transición con los hábitos de pensamiento precedentes no la encontramos sólo en arte, sino que esta discurre paralela a cambios semejantes operados en otras ramas del saber como la ciencia o la filosofía, pero es el arte el ámbito que nos concierne y ocupa.




En las obras de Giotto o Duchamp hay atrevimiento porque ponen en cuestión la validez de los criterios predominantes en su tiempo y disponen el giro de pensamiento que se empezaba a operar. Giotto empezó a observar el mundo circundante y a valorarlo por sus características, ya no buscó plasmar una entidad trascendente sino que se fijó en la realidad humana para llevar a cabo sus frescos y retablos. Leonardo fue más allá y estudió exhaustivamente la naturaleza acortando las distancias entre ciencia y arte. Puede que la célebre Gioconda fuera la síntesis perfecta de su basto corpus teórico. El nuevo hombre moderno es el centro de interés tanto en arte como en astronomía, religión o filosofía.






Izquierda: GIOTTO, Escenas de la vida de Joaquín, “Encuentro ante la puerta dorada” (detalle), 1304-1306. Derecha: LEONARDO DA VINCI, Retrato de Ginevra de Benci, 1474-78.







Caravaggio llevó al límite el interés por la cotidianeidad y se atrevió a plasmar a personajes sagrados como si se tratara de seres carnales. Tanto fue así que su primer San Mateo para la Capilla Contarelli en la iglesia romana de San Luis de los Franceses no fue aceptado y tuvo que pintar la segunda versión que hoy encontramos in situ. Mucho más tarde, Courbet huyó de los academicismos imperantes, del “Grand Goût” y prefirió pintar a las gentes de la periferia parisina como sus congéneres de Ornans. 




Izquierda: CARAVAGGIO, Madonna de Loreto, 1603-04. Derecha: COURBET, Autorretrato- El hombre desesperado, 1844-45.





Manet molestó, su Olympia fue tachada de vulgar, su cuerpo se relacionó con la morgue, su mirada con la de Medusa. No fue el desnudo lo que escandalizó. Sabemos que los salones estaban repletos de venus, odaliscas y todo tipo de mujeres tan exóticas como ideales cuyos cuerpos desnudos resultaban tan falsos como inocuos. Frente a la denostada Olympia, encontramos El nacimiento de Venus de Cabanel, obra adquirida ese mismo año 1863 por el emperador Napoleón III. Pero Manet era un pintor de la vida moderna -con palabras de su colega Baudelaire- sus obras eran novedosas des del punto de vista formal: planas, con manchas de color sin sombreado ni preocupación por la perspectiva ilusionista dominante des del renacimiento. A nivel iconográfico subvirtió la tradición, se atrevió a citar los clásicos para actualizarlos y dar una nueva lectura más acorde con el París finisecular.

Izquierda: CABANEL, El nacimiento de Venus, 1863. Derecha: MANET, Olympia, 1863.






La osadía se convirtió en una constante en el arte de las primeras vanguardias. Matisse exaltó la paleta cromática mientras Picasso pensaba sobre la forma. Duchamp forzó los límites de lo artístico al presentar en 1917 un retrete girado 90º y firmado con un seudónimo. Warhol, menos crítico pero igual de atrevido, se apropió de los artículos de supermercado, roba las imágenes de la sociedad de consumo y los convierte en suyos.

Izquierda: MATISSE, La alegría de vivir, 1906. Derecha: PICASSO, Las señoritas de Aviñón, 1907.






Las obras de los que ya podemos llamar “grandes maestros” atestiguan el atrevimiento humano, la continua renovación de la normas, la transmutación de los credos. El valor (la valentía) del arte reside en quienes lo crean y en quienes lo admiran y defienden.

Quizá al arte de hoy le falte valor (osadía) y le sobre valor (precio). 

Seamos valientes. Como lo fueron Giotto, Caravaggio, Manet o Duchamp y quienes supieron estimarlos.







Izquierda: MARCEL DUCHAMP, Fuente (Urinario), 1917. Derecha: ANDY WARHOL, Cajas Brillo, cereales Kellogg’s, Ketchup Heinz, zumo de manzana Mott’s, albaricoques Del Monte y sopa Campbell’s, 1964.







** Próximas entradas



El “valor” del arte (Capítulo I): La utilidad del arte 

El “valor” del arte (Capítulo II): El precio del arte 

El “valor” del arte (Capítulo III): La importancia del arte


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